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Viejas y nuevas políticas

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Mi relación con la política es conflictiva, pero quizás eso no se haya podido dar mucho a entender por lo que comento sobre ella en este blog. Hace un tiempo vengo considerando con algunas personas iniciar un nuevo proyecto de blog donde comentemos, desde múltiples perspectivas, diversos problemas de política, desde un ángulo (que queremos considerar original, quizás no lo es) que compartimos: el agotamiento de una serie de conceptos, categorías y estructuras, y una dinámica de cambio en múltiples niveles que genera nuevas formas para lo que significa hacer y participar de la política. Lo he insinuado antes, en la forma de que el cambio mediático, el cambio tecnológico generan cambio cultural y reclaman nuevas formas de considerar la política: así, la política en la época de YouTube es algo enormemente diferente a otras cosas que hayamos conocido antes.

Mientras ese proyecto sigue como idea, yo comento algunas cosas, pero no tantas ni con tanta fuerza como me gustaría. Antes tenía mucha mayor voluntad para comerme el pleito: para participar, involucrarme en proyectos, iniciativas, discusiones, y fue una experiencia sumamente enriquecedora, pero contradictoria. Mi participación de la Federación de Estudiantes de la PUCP me dio algunos de mis peores momentos pero mejores lecciones, y entre otras cosas me hizo entender, al menos a nivel micro, mucho más de cerca cómo funciona el submundo de lo político y lo politiquero. Y terminó por parecerme todo una gran pérdida de tiempo, que me hizo pensar aún con más fuerza cómo replantear medios y canales de participación para que no lo sea.

Todo esto viene a colación a partir de un largo artículo sobre la situación actual de Venezuela, al cual llegué por medio de un post en el blog de Martín Tanaka, que me hizo volver a pensar sobre mucha de estas cosas. La situación en Venezuela me parece, grosso modo, trágica, por muchas razones, a pesar de que me gustaría saber más sobre ella para estar bien informado y opinar con mayor conocimiento de causa. Justamente ese proceso de conocer y opinar es lo que siento que me falta.

McLuhan considera que con diferentes formas de medios de comunicación, en tanto engendran un mayor grado de involucramiento por parte de emisores y receptores, se genera una forma de “retribalización”, lo que yo entiendo más fácilmente como una reconstitución, en sentido hegeliano, de los vínculos éticos sustanciales que nos relacionan a todos. En otras palabras, a través de diferentes medios pasamos a sentirnos de nuevo involucrados personalmente en los procesos, al menos en aquellos procesos cuya temática o propósito sentimos nos afectan personalmente.

Re-replanteo. Desde fines del siglo XX hacia aquí, creo que experimentamos un acelerado colapso de la cultura de masas, desde diferentes frentes. Los medios de comunicación masivos dejan, de a pocos, de marcar la tonada. Los partidos de masas ya no convocan masas, sino que sus mensajes cobran cada vez mayor separación del grueso poblacional. La producción masiva que llevó a su paroxismo Henry Ford hoy se vuelve un modelo socavable y menos pertinente frente a nuevas técnicas, frente al contenido intangible y además frente a la diversificación de los intereses y los gustos y preferencias de los consumidores. Y así sucesivamente. En todo esto, la constitución de la identidad se vuelve algo más complejos, más aún cuando no sólo empezamos a movernos en contextos crecientemente diversos, sino porque interactuamos con gente de todos lados del mundo que comparten en mayor o menor medida preocupaciones e intereses similares a los nuestros.

¿Qué significa esto en la esfera de la política? Significa cosas como el debate, en EEUU, organizado por CNN y YouTube para los candidatos presidenciales, tanto demócratas como republicanos. Las preguntas fueron presentadas en diferentes clips por medio de YouTube a los diferentes candidatos, por ciudadanos de a pie, de manera totalmente diferente a cómo se hubiera hecho antes (como la de un sujeto que compuso una canción sobre sus impuestos, o la pregunta de un hombre de nieve sobre el calentamiento global). El formato está aún en su infancia y avanza con reparos -las preguntas finales son escogidas por editores de CNN- pero el consenso es que generó un formato de debate fresco, innovador, original, y que brindó a los televidentes material mucho más interesante para decidir que un debate basado en el formato conocido.

Pero esto implica repensar una serie de cosas, como la manera en que se constituyen las ideologías políticas, como se organizan los grupos de acción, como se articula la acción colectiva, y demás. Es mi intuición, sin embargo, justamente que las formas cambian y nuestros conceptos y aparatos teóricos deben cambiar con ellas. Esto viene de la mano con una serie de fenómenos de amplio alcance: el socavamiento de los Estados-nación alrededor del mundo, la globalización, el capitalismo trasnacional, la renovada importancia de la sociedad civil y el sector ciudadano, y la cada vez más marcada mediatización de nuestra cultura en general.

Quizás, por lo tanto, las formas previas se van volviendo obsoletas. El discurso moralista de gran parte, de casi toda, la izquierda tradicional cala poco, y tiene poco efecto como plataforma en un mundo como éste. La izquierda misma, sea lo que sea que esta categoría englobe hoy, debe replantearse y entender a partir de sus condiciones locales de existencia y a partir de lo que está pasando ahora. De manera similar con muchos otros movimientos de reivindicaciones importantes que han surgido en los últimos 100 años. La misma retórica que funcionaba en los setentas hoy funciona sólo con algunos en virtud de que es romanticona e idealista, y hasta ahí todo bien, pero en la medida en que pretenda conseguir transformaciones amplias en el tejido de la sociedad, la cuestión deja de funcionar tan efectivamente.

Gran parte de este moralismo radica en la creencia, a mi juicio obsoleta, de que simplemente en virtud de que se tiene una ideología “buena”, ideas que brillan por sí mismas, que revelan las contradicciones y los problemas, la gente vendrá y la seguirá. Y que si no lo han hecho aún es o porque no han tenido oportunidad de conocerla, o porque están cegados a entenderla. Gran parte del discurso que escucho va por esta línea casi cultista y dogmática de cómo deben entenderse las cosas, la misma línea de Chávez y su revolución bolivariana para quienes la ven e imperialismo para quienes no la ven, y la misma línea de García y su perro del hortelano para quienes no ven que el capitalismo salvaje es el camino hacia adelante.

Sólo tengo intuiciones que me son más o menos interesantes, pero que me llevan por el camino de la necesidad de replantear los discursos, sus presupuestos y sus pretensiones. Al menos los discursos bajo los cuales yo me quiera identificar: porque lo que me resulta imposible de aceptar de buenas a primeras, hoy, es la legitimación de un discurso que por fundamentos metafisicos o epistemológicamente cuestionables se quiera imponer al otro. Y me resulta inadmisible por la simple razón de que no estaría dispuesto a que me lo hagan a mí.

En la práctica, creo que se trata de convencer a los demás de que hay mejores opciones (o que uno cree que las hay). Si les gusta, bien, y si no, también.


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